[Este artículo fue escrito en octubre de 2003 y publicado ese mismo mes en la revista Ser Empresario. Mi gran satisfacción ha sido releerlo unos cuantos años después y comprobar que algo ha cambiado, aunque poco aún, en la formación de los estudiantes de ESO y Bachillerato]
¿Se puede aprender a ser empresario?
De acuerdo con un análisis estadístico que he consultado recientemente, el ritmo de creación de empresas en los últimos años en España es el doble que en Europa. En esta misma línea, se observa también que la PYME española absorbe un 80% del empleo total frente a un 66% en Europa y que su tamaño está creciendo gradualmente al tiempo que disminuye el porcentaje de compañías sin empleados.
De estos simples datos podemos sacar muchas conclusiones, pero la que me parece más obvia y relevante es el hecho de que todo esto indica que nuestro tejido empresarial se está consolidando sobre un tipo de compañía de pocos trabajadores. Hasta la más pequeña de las compañías, la creada por el trabajador autónomo, va creciendo progresivamente en tamaño encontrando un hueco en la sociedad empresarial, tarea no precisamente fácil en la era de la globalización, máxime si tenemos en cuenta el peso e influencia de ese conjunto de grandes empresas españolas que parecen tener siempre todas las de ganar.
¿Cuál es el pilar para ser empresario?
Todos estos datos, más o menos previsibles y más o menos lógicos, nos hacen reflexionar sobre la importancia que para el futuro de nuestra sociedad y el de nuestra economía tiene el hecho de que el tejido empresarial español, al menos en cuanto a la PYME se refiere, se fundamente en un sólido conjunto de pilares. El primero de estos pilares y al que me voy a referir hoy aquí por su importancia y por la anticipación que requiere, es la Formación.
Hasta ahora la política general de los organismos públicos ha sido formar al emprendedor cuando éste está dispuesto a afrontar el reto, esto es, cuando a partir de una idea desarrolla y justifica un plan de negocio para llevarla a efecto. En la parcela privada, más rica en iniciativas de este tipo, esta formación suele ser realizada una vez terminados los estudios superiores o incluso en plena vida laboral. Esta formación, esencial en cualquier caso, podríamos denominarla “reactiva” por cuanto responde a una necesidad pero no se anticipa a ella.
Pero ésta no es exclusivamente la formación que gran parte de nuestra sociedad va a requerir para afrontar con cierta seguridad los próximos años. Nosotros nos referimos a la formación que llamamos “proactiva”, la que se adelanta a las necesidades y se planifica con mucho tiempo para permitir que lo más esencial del emprendedor, las capacidades de innovación y de gestión, vayan calando en nuestros estudiantes desde los primeros años. De forma lenta y reiterativa, al estilo de los demás conceptos básicos que son asimilados desde las primeras fases educativas. El gran error que podría cometerse con nuestra sociedad y el gran peligro para la salud de nuestro futuro tejido empresarial, sería no saber o no querer acometer ahora mismo programas que alienten el espíritu emprendedor en nuestros estudiantes desde los primero años, programas diseñados para asentar conceptos de negocio básicos que despierten desde edades tempranas interés por la empresa, sus recursos y su objetivo social. Los datos estadísticos que mencionaba al principio ya no aceptan situaciones como las vividas hasta la fecha en nuestro sistema educativo, donde se ha marginado la formación empresarial en exceso. Recuerdo por ejemplo, que la única asignatura de enfoque empresarial en mi carrera universitaria la tuve en el último curso, muy poco para tantos años de estudiante.
Se que la iniciativa es compleja y que antes de formar a nuestros estudiantes tenemos que formar a sus profesores, pero los datos fríos están ahí, la empresa, y en concreto la PYME, tiene un peso cada vez más importante en el empleo generado y en la capacidad de generar riqueza, por lo que las decisiones no deben retrasarse.